No es fácil escribir sobre una gran
maison como Bollinger, ni sobre un producto como La Grande Année. Poco se puede decir que no se haya dicho ya, así que me centraré en dar fe de una experiencia de cata de gran nivel.
El día de autos tuvimos el privilegio de probar este virtuoso millésimé, uno de los 3 que ofrece la célebre
maison de Aÿ junto a R.D. y Vieilles Vignes Françaises, ambos aún más exclusivos si cabe. La añada de nuestra víctima, 1997, no hace fácil encontrarla en el mercado, salvo por encargo, por guarda propia o en la carta de algún gran restaurante de precios desorbitados. En nuestro caso, utilizamos una cuarta vía, la de la casualidad. El hecho de que sean champagnes que sólo se elaboran en añadas seleccionadas y, por supuesto, un precio que ronda los 100 euros, recomienda -obliga, diría- a su deleite en ocasiones especiales.
En las notas técnicas, un
coupage de dos terceras partes de pinot noir por una de chardonnay. La selección de uva, procedente de 16
crus, con mayoría insultante de
Grand Crus sobre un 12% de los 'modestos'
Premier Crus, y su primera fermentación, en sus lías durante nada más y nada menos que 5 años en barricas de roble -francés,
bien sûr-, un par más de puntos fuertes de este
Bolly.
Sin más datos de etiqueta, descorchamos con emoción para encontrarnos un champagne que roza la mayoría de edad. ¿Le pesarán los años? No lo parece en su tono, amarillo brillante con un ligero matiz rosado, ni en una burbuja, muy fina, formando rosario y corona, y en absoluto cansada. Tampoco en nariz, complejo, redondo, con notas de frutos secos, algo de bollería, una manzana más fresca de lo que cabría esperar y unos apuntes cítricos que se confirmarán en boca. Y es que es en boca donde más luce complejidad, con especias exóticas procedentes de la barrica y un pomelo que nos hace cuestionarnos su edad. De paso incisivo y largo, nos transporta de la acidez a la untuosidad, de los cítricos a los herbáceos, dejándonos un final de champagne maduro, pero aún rebosante de potencial de desarrollo.
Vamos al maridaje de la sesión. Lo hacemos con cariño, que bien lo merece. Borda sinergias con las ostras nº2 de Gouthier. Más dura la prueba con la estratosférica burrata de La Castafiore, remarcando la expresividad olfativa de la albahaca y el punto ácido del tomate, agradeciéndose aquí esa estructura de vino complejo que le da cierta densisdad. Resuelve también el carpaccio de bacalao de Carpier, quizás sufriendo un poco por el salino subido. Y muestra una solvencia irreprochable en los muslitos de codorniz confitados con laurel.
Me gusta la combinación en boca de los espumosos de cierta edad con el buen jamón. Hoy celebramos, literalmente, la unión entre Bollinger y Maldonado. Con permiso de los vinos de Jerez, su carbónico integradísimo y las notas ligeramente amargas nos revela una pareja inmejorable.
En la parte dulce, una selección de panellets de todo un campeón del mundo como Josep Ma. Rodríguez Guerola (
La Pastisseria), que exprimen más nuestro Grande Année, sacándole notas de bollería fina y hasta unas frutas escarchadas.
Una fiesta en toda regla.