En abril de 2018 el restaurante que revolucionó las tapas asiáticas en Barcelona celebrará su décimo aniversario. Una década de creatividad e investigación que han valido a Albert Raurich y Tamae Imachi...
Hay pocos restaurantes que se sientan más orgullosos de su territorio que Les Cols. La cocina de Fina Puigdevall -ya sin Pere Planagumà, que emprende proyecto en solitario- siente fervor por su producto...
El gastrónomo catalán Miquel Brossa presentó ayer en Barcelona su libro más canalla, un extraordinario compendio de la mejor casquería con humor sarcástico y provocador, fijando conceptos y aportando una...
La plaza es exigente. No es fácil hacerse un hueco en la pastelería barcelonesa y él lo ha hecho. Y con un producto. No me atrevo a decir si eso le quita o le añade méritos. Por un lado, parece coherente pensar que si te centras en una especialidad serás capaz de hacerla mejor; por otro, la dificultad de que el producto en cuestión sea el macaron, delicado dulce de origen italiano y tradición francesa, cuya cultura en nuestro país aún no está lo evolucionada que merece. Si, desde hace unos años su consumo ha ido creciendo, y probablemente Enric tenga una parte de culpa, pero aún no goza de la popularidad que tiene en otros países.
Bastó una charla-taller de apenas una hora en el Fòrum Gastronòmic de Barcelona para que Enric nos demostrara que no ha llegado por casualidad. Entre sus experiencias, las magníficas credenciales de su paso por Fauchon -ojo, además, en la época de Pierre Hermé-; en el apartado de virtudes, tenacidad, enorme capacidad de trabajo y un nivel de exigencia y perfeccionismo que le han llevado a elaborar el mejor macaron que se puede probar en muchos kilómetros a la redonda, miremos al sur o incluso al norte -un gran clásico como Ladurée no le aguanta el cuerpo a cuerpo-.
Pero es que a las dotes del pastelero hay que sumarle las de una materia prima seleccionada escrupulosamente, desde la almendra, siempre nacional, que confiesa que paga a 9 eurazos el Kg. a pesar de comprar 5 toneladas al año, a los productos que dan sabor a los rellenos, como las rosas de su delicado macaron de lichis, que llegan desde Irán, o unas maravillosas frambuesas, cuya enorme calidad le ha llevado a comercializarlas en confitura.